(Versión en English)
Algunos de los principales responsables de la formulación de políticas y de los inversores más importantes del mundo se reunirán en Berlín para debatir una nueva iniciativa que podría ayudar a transformar el futuro económico de África.
Millones de ciudadanos podrían obtener beneficios económicos tangibles de la iniciativa lanzada recientemente por el G-20 denominada el “Pacto con África”. Su objetivo es fomentar la inversión privada encauzando los conocimientos especializados y los recursos de los gobiernos, los inversores y las organizaciones internacionales.
El Pacto consiste en facilitar proyectos que puedan elevar la productividad y el nivel de vida. Su objetivo es crear nuevas oportunidades en un continente donde el 70% de la población tiene menos de 35 años de edad.
Los países con una población joven tienen un mayor potencial de crecimiento económico, pero cristalizarlo no es una tarea fácil. Estimamos que en África deben crearse unos 20 millones de empleos todos los años hasta 2035, solo para absorber a quienes ingresan por primera vez a la fuerza laboral.
Con la adopción del Pacto, la presidencia alemana del G-20 ha puesto en marcha un motor para crear empleo y reducir la pobreza. Pero para hacer que alcance su máxima velocidad, todos deben hacer su aporte.
Para los gobiernos africanos, esto supone intensificar las reformas encaminadas a mejorar su clima económico, empresarial y financiero, así como su gestión de gobierno. Para sus socios, incluidos los países del G-20 y las organizaciones internacionales, significa apoyar los esfuerzos dirigidos a formular y aplicar pactos de inversión fructíferos que reflejen las características de cada país.
En el FMI estamos preparados para cumplir con nuestra parte, de conformidad con nuestro mandato, trabajando por aumentar la resiliencia del entorno macroeconómico y lograr que las cargas de la deuda sean sostenibles. Esto es de importancia crucial porque solamente una economía globalmente saludable crea más inversión y más empleos mejor remunerados.
Tenemos la firme decisión de renovar nuestro compromiso con los países que participan en el Pacto, sobre la base de nuestras relaciones de larga data con cada país. Voy a darles tres ejemplos:
Primero: Crear fuentes de ingresos públicos más firmes y confiables brindando asistencia en las reformas de política tributaria y robusteciendo la capacidad administrativa. Dada la importancia que el Pacto atribuye al fortalecimiento de las instituciones y los resultados de crecimiento, no hay razón para que los países no aspiren a alcanzar un aumento anual de los ingresos equivalente a medio punto porcentual del PIB.
Esto ayudaría a lograr que el crecimiento sea más durable e inclusivo, impidiendo una acumulación excesiva del endeudamiento y generando recursos adicionales que se puedan usar en nuevas inversiones en salud, educación e infraestructura.
Segundo: Mejorar la eficiencia del gasto público en infraestructura. Se estima que África necesita inversiones anuales de aproximadamente USD 100.000 millones para cubrir su déficit de infraestructura, pero actualmente estas ascienden a menos de la mitad. Un análisis reciente indica que el déficit regional en infraestructura física reduce el crecimiento en 2 puntos porcentuales por año, un pesado lastre para los ingresos, la creación de empleo y la prosperidad futura.
Países como Ghana, Côte d’Ivoire y Togo recientemente hicieron uso de los conocimientos especializados y los instrumentos del FMI para mejorar la eficiencia de su gasto público, un aspecto clave para la inversión en infraestructura. Además, este año trabajaremos con Marruecos, Senegal y Túnez.
Tercero: Apoyar el desarrollo del sector financiero, desde establecer sistemas bancarios robustos y supervisados adecuadamente, hasta formular políticas macroprudenciales y gestionar la volatilidad del flujo de capitales en momentos difíciles. Sabemos que una mayor estabilidad financiera conlleva más inversión privada y un crecimiento más inclusivo.
También sabemos que las inversiones solo pueden crecer en un entorno adecuado donde el Estado de derecho se respete y esté salvaguardado por instituciones sólidas. El FMI colabora intensamente con los países miembros en este esfuerzo, como por ejemplo, reforzando las defensas contra el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo, una tarea desplegada más recientemente en Ghana, Marruecos y Túnez.
Todos estos compromisos ponen de relieve el interés especial del FMI en el fortalecimiento de las capacidades, entre otras cosas, mediante tareas prácticas de asistencia técnica y formación que representan casi una cuarta parte de todas las actividades del FMI. Desde 2013, casi 30.000 personas han tomado cursos en línea, por ejemplo, y la mayor parte de los participantes gubernamentales son de África subsahariana.
Naturalmente, también contribuimos mediante nuestras evaluaciones anuales de las economías de los países y con asistencia financiera cuando es necesario. De hecho, ya hay programas respaldados por el FMI en curso en los primeros cinco países del Pacto: Côte d’Ivoire, Marruecos, Rwanda, Senegal y Túnez.
Creemos que estos programas se pueden ajustar para dar cabida a las iniciativas del Pacto y, al mismo tiempo, proteger la resiliencia macroeconómica y la sostenibilidad de la deuda pública. Nuestro objetivo es contribuir a que los pactos redunden en un aumento de la inversión privada y la creación de empleos.
En todas estas esferas necesitamos una cooperación internacional más vigorosa, en el marco del Pacto con África y más allá. Como dijo una vez Nelson Mandela: “Mientras la pobreza, la injusticia y la evidente desigualdad persistan en nuestro mundo, nadie podrá realmente descansar”.
Trabajando juntos, tenemos la oportunidad de cumplir las promesas del Pacto con África y otras iniciativas de desarrollo fundamentales. Hasta entonces, ninguno de nosotros podrá realmente descansar.
LA FAMILIA BASE FUNDAMENTAL DE UNA SOCIEDAD JUSTA
La familia es la primera institución con la que entra en contacto todo ser humano, pues aún antes del nacimiento vive en primera persona el efecto de la relación materno-filial. De tal forma que, desde el inicio de la existencia humana, las funciones prodigadas por la familia respecto de sus miembros son insustituibles y fundamentales.
Dichas funciones no sólo cubren los aspectos materiales (alimentación, vivienda, medicamentos, entre otros) de las necesidades de sus miembros, sino también los aspectos espirituales (educación, solidaridad, afecto, seguridad, comunicación, atención, seguridad, socialización, etc.). Es sobre todo en relación a estos últimos, que la familia se convierte más que en un conglomerado de personas con funciones meramente asistenciales, en una comunidad de amor y de vida en la que cada uno de sus miembros se siente acogido, respaldado y seguro.
En ese sentido, el ambiente familiar proporciona al ser humano los bienes necesarios para desarrollarse adecuadamente y previene o corrige las situaciones que puedan afectar dicho desarrollo. De esta manera, son los padres quienes ostentan la responsabilidad primordial de la crianza, orientación y protección de los niños, quienes para desarrollarse integralmente necesitan del entorno familiar y del ambiente de felicidad, amor y comprensión que se vive dentro de él; siendo, en consecuencia, los primeros obligados en resguardar el respeto y primacía del interés superior del niño en las situaciones que lo involucran.
La familia es, por tanto, la primera unidad social en la que cada ser humano adquiere conciencia del valor de su existencia y por ende, de la importancia del respeto de su dignidad como persona humana. En la familia, se aprende a adquirir conciencia sobre los derechos inalienables de cada uno de sus miembros, promoviendo per se una verdadera cultura de Derechos Humanos y de protección hacia los más débiles.
De este modo, en una familia que puede cumplir adecuadamente sus funciones, se garantiza la protección de los derechos de sus miembros y el acceso a condiciones de vida adecuadas. Por tanto, teniendo en cuenta la solidaridad y cuidado de sus miembros entre sí, se minimiza la aparición de situaciones negativas, tales como: deserción escolar, mortalidad infantil, falta de acceso a servicios de salud, violencia y explotación sexual, adicciones y delincuencia juvenil.
En contraste, la familia ayuda a sus miembros a lograr un mayor grado de escolarización, a repartir equitativamente las cargas para eliminar la explotación, a proteger a las mujeres, ancianos y niños de situaciones peligrosas, a acceder a mejores condiciones salubres y de vivienda, a mejorar el uso del dinero, a educarlos en virtudes y reconocimiento de sus afectos de tal forma que no sean víctimas de abusos o vicios mortales.
Es decir, la familia como institución intermedia entre el individuo y la sociedad, es la comunidad que a través de la solidaridad como forma de vida, protege y educa a sus miembros para su proyección en la vida social. Y ésta conjunción de funciones es una labor que sólo puede ser cumplida naturalmente por ella y que no puede ser sustituida sin que lleve consigo una afectación para sus miembros.
En ese sentido, la familia como unidad fundamental de la sociedad contribuye a la cohesión y desarrollo social, educación en Derechos Humanos, preservación de la identidad y valores. En otras palabras, cumple un papel primordial en el mantenimiento de la cultura de una nación.
Pocas personas en este mundo lleno de injusticias, y valores siempre tendremos a una persona con un alto sentido de humanismo y valores que protegen a las personas más vulnerables, y me refiero en especial a SRA. CHRISTINE LAGARDE
Directora del Fondo Monetario Internacional