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Se requieren medidas urgentes para frenar la divergencia de la recuperación

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Cuando los ministros de Hacienda y gobernadores de bancos centrales del G-20 se reúnan en Venecia esta semana, podrán inspirarse en el espíritu inquebrantable de la ciudad.

Venecia, que fue el primer centro financiero internacional del mundo, ha experimentado los caprichos del devenir económico durante siglos y además sufre directamente los efectos del cambio climático. Esta resiliencia extraordinaria es más necesaria que nunca en un momento en el que los responsables de las políticas económicas continúan afrontando retos extraordinarios.

La buena noticia es que la recuperación mundial avanza, en líneas generales, en consonancia con las proyecciones de un crecimiento de 6% para este año formuladas en abril por el FMI. Tras una crisis sin parangón, en algunos países está teniendo lugar una recuperación sin parangón, impulsada por una combinación de contundentes medidas de apoyo fiscal y monetario y una rápida vacunación.

Por ejemplo, en el caso de Estados Unidos, proyectamos un crecimiento de 7% para este año, el mayor desde 1984. La recuperación también está cobrando impulso en China, en la zona del euro y en un puñado de otras economías avanzadas y emergentes. 

Pero los nuevos datos también confirman una creciente divergencia en la evolución económica de los distintos países, muchos de los cuales se están quedando rezagados.

El mundo se enfrenta a una recuperación que, cada vez más, se produce a dos velocidades, como consecuencia de las enormes diferencias en la disponibilidad de vacunas, las tasas de infección y la capacidad para proporcionar apoyo mediante las políticas económicas. Estamos en un momento crítico que requiere medidas urgentes del G-20 y de las autoridades económicas de todo el mundo.

Como se señala en nuestra nota para la reunión del G-20, es vital actuar con celeridad. Según nuestras estimaciones, un acceso más rápido a la vacunación de las poblaciones de alto riesgo podría salvar más de medio millón de vidas solo en los próximos seis meses.

Los peligros de la divergencia

Las bajas tasas de vacunación significan que los países más pobres están más expuestos al virus y a sus variantes. Aunque la variante delta es motivo de preocupación en todo el mundo, incluidos los países del G-20, en estos momentos está causando un incremento brutal de las infecciones en el África subsahariana. En esta región, menos de 1 de cada 100 adultos han recibido la vacunación completa, frente a un promedio de más de 30 en las economías más avanzadas. La existencia de poblaciones no vacunadas en cualquier lugar incrementa el riesgo de que surjan cepas aún más letales, lo que socavaría los avances en todas las regiones e infligiría más daños en la economía mundial.

La merma de recursos fiscales hará que a las naciones más pobres les resulte aún más difícil impulsar la vacunación y apoyar a sus economías. Millones de personas quedarán sin protección y expuestas a un aumento de la pobreza, la indigencia y el hambre. La crisis ha causado ya un incremento de la inseguridad alimentaria y en muchos países aumenta el temor a nuevas subidas de la inflación de los precios de los alimentos.

El mundo también observa atentamente el reciente repunte de la inflación, en particular en Estados Unidos. Sabemos que la acelerada recuperación estadounidense beneficiará a muchos países al incrementar el comercio; además, las expectativas de inflación se han mantenido estables hasta ahora. Sin embargo, existe el riesgo de que la inflación o las expectativas de inflación aumenten de forma más sostenida, lo que exigir un endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos antes de lo previsto. Otros países afrontan desafíos similares como consecuencia de las subidas de precios de las materias primas y los alimentos.

Unas tasas de interés más altas en Estados Unidos podrían dar lugar a un marcado endurecimiento de las condiciones financieras mundiales y a cuantiosas salidas de capital de economías emergentes y en desarrollo. Esto supondría graves dificultades sobre todo para los países con grandes necesidades de financiamiento externo o niveles de deuda elevados.

No está de más reiterar que el mundo se encuentra en un momento crítico. Si queremos frenar la creciente divergencia de esta recuperación a dos velocidades, debemos tomar ya medidas de política urgentes.

Primero, intensificar la cooperación internacional para poner fin a la pandemia.

Los beneficios económicos serían extraordinarios, y trabajar para salvar, potencialmente, cientos de miles de vidas en los próximos meses es un imperativo moral. Los costos son relativamente pequeños.

El personal técnico del FMI propuso recientemente un plan que costaría USD 50.000 millones y que podría generar ganancias de billones de dólares gracias a la agilización de la vacunación y una recuperación más rápida. Sería la mejor inversión pública de nuestra vida y cambiaría el panorama en todo el mundo.

Para acelerar la ejecución de las medidas previstas en este plan, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Salud (OMS) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) han establecido un «comité de crisis». En nuestra primera reunión, convocada por el Banco Mundial y celebrada la semana pasada, acordamos trabajar juntos para contribuir a supervisar, coordinar y promover la entrega de recursos sanitarios vitales a países en desarrollo y movilizar a los responsables de políticas para eliminar obstáculos fundamentales.

El respaldo del G-20 y de otras economías marcará la diferencia, al apoyar la meta de vacunar a por lo menos el 40% de la población en todos los países para finales de 2021, y a por lo menos el 60% para el final del primer semestre de 2022.

Para lograr estos objetivos, se emprenderán iniciativas fundamentales como repartir más dosis en el mundo en desarrollo; respaldar el financiamiento concesionario y las donaciones para incrementar y diversificar la producción de vacunas, e impulsar la capacidad nacional de administración de vacunas, diagnóstico y tratamiento; y eliminar todas las barreras a la exportación de insumos y vacunas ya producidas, así como otras barreras en las operaciones de las cadenas de abastecimiento.

También resulta esencial adaptarse rápidamente a los cambios de las circunstancias, como la escalada de las infecciones en África subsahariana. El suministro inmediata de paquetes de emergencia, que incluyan oxígeno, material de detección, equipos de protección personal y tratamientos, a países en desarrollo de África subsahariana y de otras regiones afectadas es clave para salvar vidas.

Segundo, redoblar los esfuerzos para afianzar la recuperación.

Con las economías del G-20 a la cabeza, el mundo ha adoptado medidas sincronizadas extraordinarias, incluidos aproximadamente unos USD 16 billones en medidas fiscales. Ahora ha llegado el momento de redoblar estos esfuerzos con medidas que tengan en cuenta la exposición a la pandemia y el margen de maniobra de política de cada país.

En los países que experimenten un rápido incremento de las infecciones, es fundamental que la sanidad y los hogares y las empresas vulnerables continúen recibiendo apoyo. Para ello se requieren medidas fiscales focalizadas, dentro marcos a mediano plazo plausibles.

Una vez que la mejora de los indicadores sanitarios permita una normalización de la actividad, los gobiernos deben replegar gradualmente los programas de apoyo y, al mismo tiempo, incrementar el gasto social y los programas de capacitación para amortiguar el impacto en los trabajadores. Esto ayudaría a reparar las secuelas a largo plazo de la crisis, que afectó de manera especial a los jóvenes, las mujeres y los trabajadores menos cualificados.

Para afianzar la recuperación también es necesario que la mayoría de los países sigan adoptando políticas monetarias acomodaticias, acompañadas de una estrecha vigilancia de la inflación y los riesgos para la estabilidad financiera. En los países en los que la recuperación se está acelerando, incluido Estados Unidos, es fundamental que se eviten reacciones exageradas ante incrementos pasajeros de la inflación.

Para mantener bien ancladas las expectativas inflacionarias, los principales bancos centrales han de comunicar con cuidado sus planes en materia de política monetaria. Esto contribuiría también a evitar una excesiva volatilidad financiera en sus países y en el extranjero. La clave es prevenir los efectos de contagio que se produjeron a principios de año.

Tercero, reforzar el apoyo a las economías vulnerables.

Los países más pobres se enfrentan a un doble golpe devastador: corren el riesgo de perder la carrera contra el virus y, además, podrían quedar excluidos de una transformación histórica que sentará las bases de una nueva economía mundial verde y digital.

Estimamos que los países de bajo ingreso deben desplegar unos USD 200.000 millones en cinco años solo para luchar contra la pandemia, y otros USD 250.000 millones para tener margen fiscal para reformas transformadoras que les permitan retornar a la trayectoria de convergencia hacia niveles de ingreso más elevados. Estos países pueden cubrir únicamente una parte de esos importes por sí solos. Por lo tanto, es vital que los países más ricos redoblen sus esfuerzos, especialmente en lo que respecta al financiamiento concesionario y las ayudas para hacer frente a la deuda.

La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G-20 ha dado un respiro fiscal a estos países, pero, habida cuenta de la necesidad de proporcionar alivio de la deuda de carácter permanente, debemos trabajar para que el nuevo Marco Común esté plenamente operativo. Chad, por ejemplo, recibió seguridades de financiamiento de sus acreedores bilaterales miembros del G-20, y ahora necesitamos compromisos rápidos, en condiciones comparables, de sus acreedores privados.

También apoyamos firmemente la oportuna creación del comité de acreedores, para posibilitar la operación de deuda solicitada por Etiopía. El éxito de los primeros casos del Marco Común es fundamental para otros países con deudas insostenibles o necesidades de financiamiento persistentes. Estos países también deberían solicitar medidas tempranas de resolución o reorganización de la deuda.

El papel del FMI

Por su parte, el FMI ha redoblado sus esfuerzos de una forma sin precedentes, proporcionando USD 114.000 millones en nuevo financiamiento a 85 países y alivio del servicio de la deuda a los países miembros más pobres. Tenemos respaldo para incrementar los límites de acceso, lo que nos permite ampliar nuestra capacidad de préstamo a tasa de interés cero. También estamos estudiando un nuevo «mecanismo de financiamiento de vacunas» en el marco de nuestros servicios de financiamiento de emergencias, que ayudaría a los países a financiar programas de vacunación si lo necesitan.

Nuestros países miembros también apoyan una nueva asignación de Derechos Especiales de Giro por un monto de USD 650.000 millones, la mayor emisión de la historia del FMI. Esta asignación complementará las reservas y ayudará a todos nuestros países miembros, especialmente a los más vulnerables, a dar respuesta a las necesidades urgentes, incluidas las vacunas. Nuestro Directorio Ejecutivo debatió recientemente la propuesta y esperamos que el proceso de asignación se complete para finales de agosto.

Además, estamos procurando amplificar los efectos de la nueva asignación de DEG, y en tal sentido estamos fomentando la canalización voluntaria de parte de los DEG, junto con préstamos presupuestarios, para alcanzar un objetivo mundial total de USD 100.000 millones para los países más pobres y vulnerables. Estamos analizando con los países miembros fórmulas para lograr ese objetivo, por ejemplo a través de nuestro Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza (FFCLP) y, posiblemente, de un nuevo Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad.

La cumbre del G-20 de esta semana es una oportunidad para impulsar el plan para un nuevo fondo de resiliencia y sostenibilidad, que brindaría apoyo a países de bajo ingreso, así como a países de ingreso mediano más pobres y vulnerables asolados por la pandemia. La idea es ayudarlos en su transformación estructural y a afrontar, entre aspectos, los desafíos relacionados con el cambio climático.

Para reforzar las medidas contra el cambio climático, el personal técnico del FMI propuso recientemente un mecanismo de precio mínimo internacional del carbono. Dicho precio mínimo podría contribuir a acelerar la transición a un crecimiento con bajas emisiones de carbono en el curso de esta década, y nuestra intención promoverlo vigorosamente en la Conferencia sobre el Clima del G-20 que se celebrará esta semana en Venecia.

En el ámbito tributario, nos complace mucho el histórico acuerdo alcanzado por 130 países en el contexto del Marco Inclusivo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el G-20. El acuerdo prevé un impuesto mínimo mundial a las sociedades que contribuirá a garantizar que las empresas muy rentables tributen en proporción a sus beneficios en todo el mundo. A partir de nuestros propios estudios, sabemos que los regímenes de impuestos mínimos pueden ayudar a los países a preservar su base del impuesto de sociedades y a movilizar ingresos, algo que ahora es más importante que nunca.

Decenios de competencia fiscal han provocado una «carrera hacia el abismo», que ha privado a muchos países de los recursos necesarios para realizar inversiones vitales en salud, educación, infraestructuras y políticas sociales. La pandemia trajo consigo nuevas presiones para las políticas fiscales, lo que dificulta la inversión en la transformación verde y digital. Por lo tanto, aprovechemos este momento crucial para construir un sistema tributario internacional más justo y eficaz acorde con las realidades del siglo XXI.

Espero que las generaciones futuras que estudien este momento aprecien en nuestra asociación el inquebrantable espíritu de Venecia. Podemos poner fin a la pandemia y convertir esta recuperación a dos velocidades en crecimiento sincronizado y sostenible, pero para ello hemos de actuar con decisión y de forma mancomunada.

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