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La era adaptativa

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Por Kristalina Georgieva

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Ninguna institución o persona puede permanecer al margen de la lucha contra el cambio climático

Cuando pienso en los increíbles desafíos que debemos enfrentar ante el cambio climático, mi mente se centra en los jóvenes. A fin de cuentas, ellos serán quienes gocen de los frutos o soporten la carga de las medidas que se tomen hoy.

Pienso en mi nieta de 9 años. Para cuando cumpla 20, quizá sea testigo de un cambio climático tan profundo que empuje a otras 100 millones de personas a la pobreza. Cuando cumpla 40, 140 millones quizá se conviertan en migrantes climáticos, personas forzadas a huir de hogares que ya no son seguros ni capaces de brindarles subsistencia. Y si vive hasta los 90, el planeta puede ser 3°–4° más cálido y apenas habitable.

A menos que actuemos. Podemos evitar ese futuro sombrío, y sabemos qué debemos hacer: reducir las emisiones, compensar lo que no se puede reducir y adaptarnos a las nuevas realidades climáticas. Ninguna institución ni persona puede quedarse al margen.

Un baño de realidad

Nuestros esfuerzos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero aplicando diversas medidas de mitigación —eliminar gradualmente los combustibles fósiles, aumentar la eficiencia energética, adoptar fuentes de energía renovable, mejorar el uso del suelo y las prácticas agrícolas— siguen avanzando, pero el ritmo es demasiado lento. Debemos ampliar y acelerar la transición hacia una economía hipocarbónica. Al mismo tiempo, debemos reconocer que el cambio climático ya está ocurriendo y afectando la vida de millones de personas. Se registran acontecimientos meteorológicos más frecuentes y más severos: más sequías, más inundaciones, más olas de calor, más tormentas.

Estemos o no preparados, vamos entrando en una era de adaptación. Y debemos ser inteligentes al respecto. La adaptación no es una derrota sino una defensa contra lo que ya está sucediendo. Las inversiones adecuadas rendirán un “triple dividendo” al evitar pérdidas futuras, impulsar beneficios económicos mediante la innovación y generar beneficios sociales y ambientales para todos, pero particularmente para quienes se ven hoy afectados y corren mayor riesgo. Actualizando los códigos de construcción es posible asegurar que la infraestructura y los edificios resistan mejor los eventos extremos. Hacer la agricultura más resiliente al clima significa invertir más dinero en investigación y desarrollo, lo cual a su vez abre la puerta a la innovación, el crecimiento y el desarrollo de comunidades más saludables.

El FMI está redoblando sus esfuerzos para abordar el cambio climático. Nuestra misión es ayudar a nuestros países miembros a fortalecer sus economías y a mejorar la vida de la gente mediante sólidas políticas monetarias, fiscales y estructurales. Consideramos el cambio climático como un riesgo sistémico para la macroeconomía, en el cual el FMI está profundamente involucrado mediante sus estudios y asesoramiento en materia de políticas.

Mitigación más adaptación

En lo que respecta a la mitigación, eso significa intensificar nuestra labor sobre la fijación de precios del carbono y ayudar a los gobiernos a diseñar hojas de ruta para dejar de ser economías contaminantes que dependen del carbono y transformarse en economías verdes que aspiran a ser libres de carbono. Los impuestos al carbono son una de las herramientas más poderosas y eficientes que pueden utilizar; según el último análisis del FMI sobre el tema, los países que son grandes emisores deben adoptar un impuesto al carbono que aumente rápidamente a USD 75 la tonelada en 2030, acorde con una limitación del calentamiento global a 2°C o menos. Pero los impuestos al carbono deben implementarse en forma cuidadosa y sin perjudicar el crecimiento. La clave es reformular el sistema impositivo de manera justa, creativa y eficiente, no simplemente sumando un nuevo impuesto. Un buen ejemplo es Suecia, donde los hogares de ingresos bajos y medianos recibieron mayores transferencias y recortes tributarios para compensar el alza del costo de la energía tras la adopción de un impuesto al carbono.

Este es un sendero que otros países pueden seguir, redirigiendo estratégicamente parte de la recaudación de impuestos al carbono a los hogares de bajo ingreso que menos pueden pagar. Con una recaudación estimada de 1–3% del PIB, una parte también podría destinarse a respaldar a las empresas y hogares que opten por seguir un rumbo verde.

Mientras seguimos trabajando para reducir las emisiones de carbono, la creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos más extremos como huracanes, sequías e inundaciones está afectando a personas de todo el mundo. Los países ya vulnerables a desastres naturales son los que más sufren, no solo en términos de pérdida inmediata de vidas sino también efectos económicos de larga duración. En algunos países, las pérdidas económicas totales superan el 200% del PIB, como cuando el huracán María azotó Dominica en 2017.

Nuestros servicios de crédito de emergencia están destinados a brindar asistencia rápida a los países de ingreso bajo golpeados por catástrofes. Pero el FMI también trabaja en diversos frentes en materia de adaptación para ayudar a los países a abordar los retos vinculados al cambio climático, ponerle un precio al riesgo y brindar incentivos a la inversión, incluidas las nuevas tecnologías.

Respaldamos las estrategias para generar resiliencia, particularmente en los países muy vulnerables para ayudarlos a prepararse y recuperarse ante los desastres. Y contribuimos al fortalecimiento de las capacidades dentro de los gobiernos mediante cursos de capacitación y asistencia técnica para gestionar mejor los riesgos y estrategias de respuesta ante catástrofes.

Trabajamos con otros organismos para potenciar el impacto de nuestra labor en lo que atañe al clima. Una de nuestras alianzas más importantes es la que conformamos con el Banco Mundial, especialmente en las evaluaciones de la política sobre cambio climático. Juntos hacemos un balance de los planes de mitigación y adaptación de los países, sus estrategias de gestión de riesgos y su financiamiento, y señalamos aquellas lagunas donde esos países necesitan inversión, cambios de política o asistencia en el desarrollo de capacidades para tomar las medidas necesarias.

Nuevas fronteras

De cara al futuro, también debemos estar abiertos para intervenir donde y cuando nuestros conocimientos puedan ser de utilidad, así como prepararnos para trabajar en otros ámbitos. Por ejemplo, trabajaremos más estrechamente con los bancos centrales, que, como guardianes de la estabilidad tanto financiera como de precios, están adaptando su marco normativo y sus prácticas para abordar los riesgos multifacéticos que el cambio climático plantea.

Muchos bancos centrales y otros organismos reguladores están buscando formas de mejorar las normas de divulgación y clasificación del riesgo climático, que ayudarán a las instituciones financieras y a los inversionistas a evaluar mejor su exposición asociada al clima y permitirán a los reguladores estimar mejor los riesgos del sistema en su totalidad. El FMI ofrece apoyo trabajando con la red de bancos centrales y supervisores encargados de “ecologizar” el sistema financiero y con otros organismos normativos.

Los bancos centrales y organismos reguladores deberían también ayudar a los bancos, aseguradores y empresas no financieras a evaluar su propia exposición al riesgo climático y desarrollar “pruebas de tensión” relacionadas con el clima. Dichas pruebas pueden contribuir a identificar el impacto que un shock adverso severo causado por el clima podría tener en la solvencia de las instituciones financieras y la estabilidad del sistema financiero. El FMI contribuirá a promover las iniciativas concernientes a pruebas de tensión frente al cambio climático, aportando asimismo sus propias evaluaciones de los sectores financieros y las economías de los países. Las pruebas de tensión relativas al cambio climático deberán ser calibradas cuidadosamente, ya que exigen evaluar shocks o medidas de política que pueden tener escasos precedentes históricos.

Todos estos esfuerzos contribuirán a lograr que haya más dinero para inversiones hipocarbónicas y resilientes al clima. El rápido aumento de los bonos verdes es una tendencia positiva, pero se requiere mucho más para asegurar nuestro futuro. Es así de simple: todos debemos intensificar nuestra labor conjunta para intercambiar conocimientos e ideas, formular e implementar políticas y financiar la transición hacia la nueva economía del clima. Nuestros hijos y nietos cuentan con nosotros.

 

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