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El precio del petróleo y el precio del carbono

(Versión en English)

"La influencia humana en el sistema climático es clara. Es evidente a tenor de las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, el forzamiento radiativo positivo y el calentamiento observado, y gracias a la comprensión del sistema climático." –Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, Quinto Informe de Evaluación

Es probable que los precios de los combustibles fósiles se mantengan "bajos por largo tiempo". A pesar de los importantes avances registrados recientemente en el desarrollo de fuentes de combustibles renovables, los reducidos precios de los combustibles fósiles podrían desincentivar la innovación y adopción de tecnologías energéticas más limpias y fomentar así las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.

Los responsables de la política económica no deberían permitir que estos bajos precios energéticos hagan descarrilar la transición a energías más limpias. Es preciso actuar de inmediato para restaurar incentivos de precios adecuados, en especial a través de impuestos correctivos sobre el carbono, y reducir el riesgo de los posibles efectos irreversibles y potencialmente devastadores del cambio climático. Dicho planteamiento también ofrece beneficios fiscales.

Bajos por largo tiempo

Los precios del petróleo han caído más de un 60% desde junio de 2014 (véase el gráfico 1). Una opinión bastante generalizada en el sector petrolero es que "el mejor remedio para los bajos precios del petróleo son bajos precios del petróleo". La lógica de esta frase popular se basa en que los bajos precios del petróleo desincentivan la inversión en nueva capacidad productiva y terminan por provocar un desplazamiento hacia atrás de la curva de oferta de petróleo y una subida de precios, a medida que se agotan los yacimientos petrolíferos existentes, que pueden explotarse a un costo marginal relativamente reducido. De hecho, en consonancia con la experiencia pasada, el gasto de capital en el sector petrolífero ha caído fuertemente en muchos países productores, incluido Estados Unidos. No obstante, la adaptación dinámica a precios del petróleo reducidos podría ser distinta esta vez.

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Se espera que los precios del petróleo se mantengan bajos por más tiempo. La irrupción de la producción de petróleo de esquisto, posible gracias a la fracturación hidráulica ("fracking") y las tecnologías de perforación horizontal, ha supuesto un incremento de unos 4,2 millones de barriles diarios en los mercados de crudo, lo cual ha contribuido a la sobreoferta mundial. El petróleo de esquisto hará que los ciclos de precios del petróleo sean más cortos y limitados. Es cierto que el petróleo de esquisto conlleva costos hundidos inferiores a los del petróleo convencional, y que el desfase entre la primera inversión y la producción es mucho más corto. Asimismo, el esquisto se encuentra todavía en una etapa relativamente temprana de su ciclo de vida industrial, en la cual existe un importante margen de aprendizaje, a tenor de los niveles de producción, que han demostrado su resistencia gracias al espectacular aumento de la eficiencia provocado por la gran caída del precio del petróleo.

Además, otros factores ejercen una presión a la baja sobre los precios del petróleo: cambios en el comportamiento estratégico de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, el incremento previsto de las exportaciones iraníes, la reducción de la demanda mundial (en especial de los mercados emergentes), la caída secular del consumo de petróleo en Estados Unidos y cierto desplazamiento del petróleo provocado por sus sustitutos. Estas fuerzas probablemente persistentes, como el crecimiento del esquisto, son indicativas de un escenario de precios "bajos por largo tiempo", incluso cuando se disipe el legado de la oferta generado por la era de precios elevados de los años 2000. Los mercados de futuros, en los cuales se prevé una moderada recuperación de precios hasta unos US$60 por barril en 2019, respaldan esta opinión.

El gas natural y el carbón —también combustibles fósiles— han experimentado asimismo un descenso de precios que parece duradero. El carbón y el gas natural son básicamente insumos utilizados para generar electricidad, mientras que el petróleo suele utilizarse como energía para el transporte, pero los precios de todas estas fuentes de energía están vinculados, por ejemplo a través de los precios de ejecución indexados al petróleo. El auge del gas de esquisto en América del Norte ha hecho que los precios registrasen allí mínimos históricos. Es probable que el reciente descubrimiento del gigantesco yacimiento de gas de Zohr, frente a la costa egipcia, tenga repercusiones sobre los precios en la región mediterránea y en Europa, y también es significativo el potencial de desarrollo de muchos otros lugares, sobre todo Argentina. Los precios del carbón también son bajos, debido a la sobreoferta y la reducción de la demanda, en especial de China, que quema la mitad del carbón mundial.

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Las renovables en peligro

Las innovaciones tecnológicas han desatado el poder de las energías renovables, como la eólica, la solar y la geotérmica. Incluso África y Oriente Medio, donde muchas economías dependen enormemente de las exportaciones de combustibles fósiles, presentan un enorme potencial de desarrollo de energías renovables. Por ejemplo, los Emiratos Árabes Unidos han aprobado el ambicioso objetivo de extraer el 24% de su consumo energético primario de fuentes de energía renovable en 2021.

No obstante, los avances en el desarrollo de energías renovables podrían ser precarios si los precios de los combustibles fósiles se mantienen bajos por largo tiempo. Las energías renovables representan solo una pequeña parte del consumo energético primario mundial, que sigue dominado por los combustibles fósiles —30% en el caso del carbón y el petróleo, 25% en el del gas natural (véase el gráfico 2). Pero las energías renovables deberán desplazar mucho más a los combustibles fósiles en el futuro para evitar riesgos climáticos inaceptables. Desgraciadamente, los bajos precios actuales del petróleo, el gas y el carbón suponen un incentivo escaso a la investigación para encontrar sustitutos todavía más baratos para dichos combustibles. Existen pruebas fehacientes de que tanto la innovación como la adopción de tecnologías más limpias vienen impulsadas en gran medida por unos precios más elevados de los combustibles fósiles. Lo mismo ocurre en el caso de las nuevas tecnologías diseñadas para limitar las emisiones de combustibles fósiles.

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El actual entorno de precios bajos de los combustibles fósiles retrasará sin lugar a dudas la transición energética. Esta transición —de los combustibles fósiles a fuentes de energía más limpia— no es la primera. En los siglos XVIII y XIX se produjo la de la madera/biomasa al carbón, y en los siglos XIX y XX la del carbón al petróleo. De ellas puede extraerse una valiosa lección: llevar a cabo dichas transiciones toma mucho tiempo. Pero esta vez no podemos esperar.

Si todavía hay ballenas en el mar es gracias a la luz eléctrica. A menos que se produzca un abaratamiento suficiente de las energías renovables como para dejar enterrados importantes depósitos de carbono durante mucho tiempo, o para siempre, es probable que el planeta quede expuesto a riesgos climáticos potencialmente catastróficos.

Algunos de los efectos sobre el clima podrían ser ya perceptibles. Por ejemplo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia estima que en torno a 11 millones de niños de África oriental y meridional sufren hambre, enfermedades y escasez de agua como consecuencia del fenómeno El Niño más fuerte de las últimas décadas. Muchos científicos creen que los efectos de El Niño, provocado por el calentamiento del Pacífico, van ganando en intensidad debido al cambio climático.

Acertar con el precio del carbono

Países de todo el mundo se han reunido en París con motivo de la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, COP-21, con el objetivo de alcanzar un acuerdo universal y, de ser posible, jurídicamente vinculante sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es necesaria una muy amplia participación para tratar a fondo la "tragedia de los comunes" que se produce cuando los países no tienen en cuenta los efectos negativos de sus emisiones de carbono sobre el resto del mundo. Además, el comportamiento oportunista de quienes no participan, en caso de ser suficientemente generalizado, puede socavar la voluntad política de actuar de los países participantes.

Los países que participan en la COP-21 se centran en los compromisos cuantitativos de reducción de emisiones (las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional, o CPDN). El razonamiento económico demuestra que la forma más barata de que todos los países apliquen sus CPDN es fijar un precio para las emisiones de carbono. Esto se debe a que la tarificación del carbono hace que se apliquen primero las reducciones de emisiones menos costosas. El FMI calcula que los países pueden generar ingresos fiscales considerables —ingresos que permitirían bajar los impuestos distorsionadores y realizar nuevas inversiones en la economía— si eliminan los subsidios de los combustibles fósiles e imponen cargas sobre el carbono que recojan los daños internos provocados por las emisiones. Una forma sencilla de tarificar las emisiones de carbono es mediante un impuesto sobre sus fuentes primarias.

Los países que aplican sus CPDN a través de un precio interno del carbono alcanzarán sus objetivos con un menor costo para sí mismos, pero sin la coordinación mundial de los precios del carbono, el costo para la economía mundial de cualquiera que sea la reducción agregada de emisiones que se consiga será innecesariamente elevado. Con el fin de maximizar el bienestar mundial, la tarificación del carbono de cada país debería reflejar no solo los daños puramente internos provocados por las emisiones (por ejemplo, efectos sobre la salud de las partículas vinculadas a la quema de carbón), sino también los daños provocados a otros países.

Por tanto, si se establece el precio justo del carbono, se alinearán de forma eficiente los costos pagados por los usuarios del carbono y el verdadero costo de oportunidad social del uso del carbono. Al aumentar la demanda relativa de fuentes de energía limpia, la tarificación del carbono contribuiría también a alinear el rendimiento de mercado de la innovación en energías limpias y su rendimiento social, lo cual estimularía el perfeccionamiento de las tecnologías existentes y el desarrollo de otras nuevas. Además, haría aumentar la demanda de tecnologías de mitigación, como la captura y el almacenamiento de carbono, e impulsaría su mayor desarrollo. Si no se corrigen con la adecuada tarificación del carbono, los bajos precios de los combustibles fósiles no señalan con precisión a los mercados la rentabilidad social verdadera de las energías limpias. Aunque es cierto que las distintas estimaciones de los daños provocados por las emisiones de carbono difieren entre sí, y que resulta especialmente difícil calcular los costos probables de hipotéticas catástrofes climáticas, la mayoría de estas estimaciones indican que los efectos negativos serán importantes.

En el aspecto político, los bajos precios del petróleo podrían brindar el momento oportuno para eliminar los subsidios e introducir la tarificación del carbono, cuyos precios podrían ir incrementando hasta alcanzar niveles eficientes.  Sin embargo, probablemente sea poco realista intentar alcanzar el precio óptimo a la primera. La tarificación mundial del carbono tendrá importantes consecuencias de redistribución, tanto entre países como dentro de ellos, lo cual exige una aplicación gradual, a complementar con medidas de mitigación y adaptación que protejan a los más vulnerables.

Cabe esperar que el éxito de la conferencia de París abra la puerta a futuros acuerdos internacionales sobre los precios del carbono. Un buen punto de partida para el proceso sería un acuerdo sobre un precio mínimo internacional del carbono. No obstante, si el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero no se aborda de forma integral, las generaciones presentes y futuras se verán expuestas a riesgos incalculables.